Curva equivocada (relato)

Esa mañana de mayo, Martina se tomó la molestia de preguntar por última vez en el grupo de whatsapp quienes iban para el Valle de la Punilla a mitad de año. Afortunadamente, Florencia y dos amigas más de otras carreras confirmaron que se sumaban al viaje pero que sin embargo, no tenían tanto dinero disponible. Esto no sería impedimento para hacer un receso justo a mitad de año, ya que según palabras de la ocurrente de Martu en algún momento se iba a devolver ese favor.


A los pocas semanas, Florencia fue tachando de su agenda, que tenían ya listo y que faltaba por conseguir para dicha aventura. Martu iba a manejar en su furgoneta modelo sesenta y dos, tenía pensado pasar a buscar a Flor por Barrio Alberdi, y luego subir un poco hacia La Calera a recoger las chicas restantes. El círculo rojo marcado en el almanaque de la cocina solo confirmaba una sola cosa, vacaciones y chau parciales. Tenían todo listo en el baúl del vehículo: dos carpas amplias de cuatro personas, lo suficiente para estar en confort; mesa ratonera con banquitos, un imperdible set de mate y dos conservadoras con enlatados además de diversos alimentos no perecederos.


― Che, ¿Esas son todas las valijas? ―resopló Martina apartándose el mechón de pelo que tapaba su frente―. Parece que nos vamos a Bariloche, Flora.

― Hay que prepararse, reina… ¡allá se pone cruel!

― ¿Y por eso me tapas hasta los asientos con ropa, nena?
― ¡No, pará! ―Flora se disgustó cruzándose de brazos.

Era invierno, si bien la temperatura en la capital sabe descender lo suficiente como para estar bien arropado, nada se compara cuando se llega a Capilla del Monte. Las sierras a ese punto saben estar cubiertas de un alba refinado por la misma precipitación de escarcha que en muchas ocasiones ocupa días.


Luego de levantar a sus compañeras restantes por la zona, entre varias bromas sacaron una foto en conjunto y la subieron a las redes para presumir su viaje. Las chicas hablaban entre ellas y se reían en carcajadas, cada tanto hacían karaoke todas juntas probando del maní salado. Ellas iban en coche camino hacia el norte de la provincia y entre risas subían, bajaban las luces del auto al compás de la música con algún que otro zigzagueo felices de la vida.


De un momento para el otro, una espesa neblina se adueñó de la visibilidad, los faroles de la furgoneta a duras penas podía pasar los treinta centímetros de la carpeta asfáltica. El parlante de bluetooth alertó alguna interferencia pero sin darle preocupación, sucumbieron entre las sierras. Macarena y Ludmila, las últimas chicas en abordar estaban preocupadas mirando cada tanto de las ventanillas redondas perteneciente a la parte trasera, no podían ver nada. La copiloto Flor cebaba mate caliente para calmarlas pero ambas se habían puesto con el celular, miraban el mapa en una aplicación y por una extraña razón no marcaba la distancia que faltaba para llegar. Así fueron camino dentro, de a poco una escasa vegetación en total sequedad se dibujaba en el empañado del parabrisas, el coche tenía poca nafta. En cuarenta minutos estarían en las cabañas, rebosando una rica carbonada y contando a quien le fue mejor en el plano sentimental en este primer cuatrimestre.


Es por eso que Martina dobló la próxima curva a la derecha hasta agarrar una sola recta y en un chasquido, todo se puso blanco. Las turistas gritaron horrorizadas apretando lo que tenían a mano, cualquiera hubiera dicho que un camión del Chaco las encandiló y las obligó a derrapar contra la banquina pero en este caso no fue así; el coche entre zarandeos y un pequeño barquinazo quedó hundido entre el pastizal pajoso.


A Flora algo le dolía, era su brazo derecho y parte del termo se había impregnado en el cristal de su frente, a simple vista no parecía fractura. Martina abrió los ojos, con sus dedos se tomaba la frente tras quedar estampada contra el volante, aguardaba por un importante hematoma. Ludmi y Maca habían recibido todo el impacto de las valijas acomodadas en la rejilla de arriba. A pocos metros, una luz titilante hacía su presencia entre el pequeño humo que despedía el motor del Volkswagen colorado de los sesenta.


Algo trazaba con una extremidad un haz luminoso y luego enfoca el parabrisas hasta cegar a las chicas de adelante. Las turistas estaban preocupadas, se miraban una con la otra, lo que se aproximaba daba pasos muy lentos pero no quitaba ese destello de encima. La conductora intentó arrancar el rodado, el bramido del tablero parecía responder pero el motor por alguna razón no encendía como habitualmente.


Flor volteó para preguntar cómo estaban las demás chicas, sin embargo el impacto no fue tan brusco en la parte trasera. Hacía mucho frío, la gran mayoría frotaban sus manos con parte de su ropa y se guarecieron en temor buscando divisar que era la figura alargada que venía hacia a ellas.


La conductora se quitó el ajustado cinturón de seguridad y bajó, la acompañante no dudó tampoco en replicar acción; ambas se tambaleaban de un lado para el otro para divisar que era eso a la distancia. Cuando menos lo esperaban, apareció un policía de la provincia y este las iluminaba con su linterna azabache hasta hacerles notar su cara pálida. Era un hombre no mayor a los cuarenta años, de tez pálida como una sábana recién comprada, robusto y con un particular bigote pronunciado. El uniformado no mostraba ninguna expresión en su rostro, y a pocos metros de distancia no se distinguía su patrulla particular con las balizas encendidas o algo similar. Las dos estudiantes de afuera entablaron conversación con él, le explicaron la situación vivida y a dónde se dirigen en su travesía pero el policía no contestó ni una palabra sino que todo lo contrario, simplemente las miró en total indiferencia.


En paralelo, las chicas que se quedaron adentro, notaron que la nafta no parecía suficiente en el medidor y que apenas arranquen de nuevo iban a mencionar esa necesidad. Luego de unos minutos sin tener un efectivo intercambio, Flora regresó adentro y comentó lo que sucedía, convencida de que algo extraño estaba pasando. La ventanilla derecha de atrás se fue bajando, una de las turistas le preguntó al sujeto asomándose, era Ludmi, quería hacer pis y no le gustaba la idea de estar en cuclillas entre las gramillas. Quería una modesta estación de servicio, no menos que eso, sonreía con sus pómulos marcados esperando una contestación. Fue ahí cuando el oficial solo giró y les señaló el camino, quedándose tieso como si encontrasen un oasis hacia dónde apuntaba su dedo índice izquierdo.


Era una colina hacia abajo bien apegada a la banquina, por la misma condición climática todo estaba bordeado de un gris con tintes blancos sin presencia de arboleda a su alrededores. Decidieron ir todas juntas casi enganchadas de los brazos, dos con sus mochilas y la conductora con su acompañante teniendo un acurrucado papel bien doblado. Antes de despedirse del último poste de alumbrado público, quisieron comprobar que tanto faltaba para llegar al camping prometido, a pesar de que ellas no tenían suficiente luz para mirar bien el mapa hacían el intento y caminaron hacia el lugar indicado.


Dejaron atrás sus pertenencias y el icónico vehículo averiado, no iban a dudar en pedir ayuda cuando llegasen a la estación, se fueron sintiendo cada vez mejor después del inoportuno susto. A medida que se fueron introduciendo más dejaron de mirar la ruta por unos segundos, la hierba parecía estar seca, en el aire se congestionaba un hedor a azufre con pequeños oscuros fragmentos revoloteando. Avanzar era difícil y a pesar que hacían pequeños parones por el terreno complicado por algunas piedras, solo chocaban con diminutos bloques de la misma neblina que mojaba de sus rostros preocupados. Se frenaron al tener una maleza muy seca encima, no encontraban en el mapa ninguna indicación ya sea en el físico ni tampoco en el digital del móvil, el rastro era claro no existía nada.


Martina se apartó del grupo y se introdujo muy lentamente entre esas estacas opacas como la fiebre, su calzado fue rechinado hasta que se topó con un vehículo dado vuelta en estado herrumbrado, era oscuro y contenía franjas celeste en sus bordes. Las chicas al notar que su conductora no regresaba, fueron tras su búsqueda y al llegar a la escena se asustaron mucho al notar que el parabrisas tenía un hueco lo suficientemente grande penetrado por un algarrobo que todavía estaba ahí. Como Martu no hizo más que quedarse en el lugar mientras Macarena se escondía detrás del hombro de Ludmila, Flor tomó valentía, luego de inspeccionar unos segundos no lo dudó y abrió la puerta del chofer. Tras hacerlo, vió como un cadáver humano aún en estado de descomposición salió despedido con su mandíbula quebrada hacia un lado. Las espectadoras gritaron fuera de sí y salieron corriendo en desesperación para la colina desolada, sin embargo la única que no corrió ni se atemorizó, se inclinó para percatarse que se trataba del cuerpo de un personal de la policía cordobesa.




Autor: E.E  Concepto artisticoE.E


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