Las miraremos juntos (relato)

 De alguna manera a él no le gustaba mucho la navidad, no se sabía con precisión
porque no le simpatizaba pasar como a toda persona un momento en familia a
finales de diciembre. Cada tanto observaba por la ventana cubriéndose con sus
delgados dedos esos diminutos ojos buscando profundidad con la vista hacia el mar
estrellado.

Las mismas estaban escondidas entre las nubes, cubiertas en gramajes grisáceas y
blanquecinas en óleos, no tenían mucho ánimo de mostrarse haciendo que el
pequeño se lamentara y frotase hasta despejar del cristal echándole la culpa.

—¿Ya terminaste, Thomas? —una figura abrigada con ropaje marrón haraposo lo
observa apoyado en el marco de la puerta—. Ya es muy tarde para estar
mirándolas.
Giró a esa voz, y sus manos en frotes fueron levantando de sus gafas arregladas
con cinta adhesiva, reveló parte de su descuidado cabello color miel que caía a
cubrir parte de sus ocelos.

—Una vez más, Papá… —de poco amigos, pronunció y se perdió en un suspiro.
—Es hora de dormir, campeón —el mayor se acercó, lo cargó y salió del acalorado
living adornado con motivos—. La próxima las miraremos juntos.

Esa división del hogar estaba iluminada por la acogedora llama de la chimenea
encendida, los últimos días de otoño previos al armado del árbol navideño se habían
hecho sentir a su alrededor hasta dejar una nieve considerablemente alta, con el
propósito de pensar más de dos veces si salir a buscar obsequios.

Aún así, el jefe de familia se había encargado de las renovadas compras, así de
este modo, colorear más de la casa, nuevas luces al frente que variaba según el
momento de noche y en este año, un nuevo muñeco de nieve con una bufanda de
color rojiza con paños verdes cuidaba la entrada de la casa.

Por razones que se desconoce, no tenía una nariz anaranjada de una zanahoria de
época, ya que el niño no estaba tan apetitoso de digerir vegetales porque según él
le disgustaba a tal punto de darle náuseas con sus formas.


Al pasar cargado por el principal adorno de la casa, el árbol de navidad, el padre se
detuvo un momento frente a este. El mismo se encontraba apagado y sin sus
características luciérnagas multicolores, acarició de la punta felpuda con retoques
blancos hasta sentir de ese alambre que guardaba la principal insignia faltante,
tragó saliva y decidió continuar a la habitación.

Sosteniendo a su hijo con un brazo, destendió las mantas de la cama, nuevamente
hizo lo propio con la sabana larga y ahí lo reposó hasta volverlo a tapar, solo su
redondeada nariz con tintes rosados queda palpada bajo la luz de luna.
Se inclinó con el objetivo de frotar su cabeza, enroscar su dedo índice en su
cabellera dejando una caricia y al final apartarse.

El superior ahora pasó a estar desolado, la habitación tampoco se contenía con ese
fulgor que tenía la otra sección de la casa, este reposó la mirada bajo el cristal
marchito y agrietado por el penetrante frío nocturno. No pronunció ningún tipo de
suspiro o mueca, algo se presionó en ese arropado pecho entre abrigos pasados de
moda y de caída una bufanda de doble pliego.

Su mano izquierda tocó en tanto palpar de ese vidrio que apenas distinguía de lo
que había en el exterior incierto, está nevando. Y en un electrizante vistazo similar
de una ventisca se tratase, recuerdos danzantes lo hacían poner un poco de
puntillas en esos zapatos oscuros como tierra embarrada invernal para tratar de
mirar más allá.

Ahí se lo veía unos años atrás, de la mano de una fugaz lluvia de copos a finales de
un diciembre tal cual fuese hoy, acompañado de una joven que entrelazaba de los
dedos de su mano derecha y a sus labios se le acercó una galleta de jengibre hasta
degustar de su regalo.
Este sonreía, como si fuese un niño que le dieran un regalo por todo ese esfuerzo
anual, contuvo de la muchacha de cabellos dorados con su mano libre, la rodeo con
firmeza y estuvo suspendido en ese remolino casual que se formaba cuando hacia
un cambio de aire.

La amaba, como la primera vez que compartieron la víspera de navidad, no era por
sus detalles en galletas de época, ni por su ondulado cabello de índole estelar, más
bien, lo hacía porque volvía a ser él y podía abrazarla bajo una de sus tantas
pasiones que era desear estas fechas.

Ella era su estrella, su luz en esta vida pero como todo parece indicar en esta tan
helada noche de inicio en invierno, no podía distinguir más allá de esos recuerdos,
estaban acumulándose y poco a poco, sepultándose por un mar de frialdad que solo
causa un lastimar.

Se alejó de esa ventana, no si antes mirar por última vez el cuarto de su hijo, cerró
la puerta tratando de no hacer el ruido suficiente así lo despertase y a continuación
tomó el vaso que dejó en la mesa del comedor, lo reposó junto a su tableta de
píldoras en su mesa de luz.

Ya era 24 de diciembre, la tan ansiada fecha se había presentado en el calendario,
el chiquillo de calcetines con dibujos de renos entre abrió la puerta morada de roble,
observó que una figura aún estaba dormida. El reloj de la añejada mesa de luz
marcaba las doce en punto, no había despertador ni alarma que avisará cuando era
momento de despertar.
Era una cama de dos plazas, en cada lado una mesa de luz de un tenue abeto
blanco. En la desolada, todo ordenado, con un retrato de tres personas en forma de
cobija soplando un diente de león poblando toda la fotografía acompañados de un
formal velador apagado. En la contraria, desordenada, con un pequeño velador
deshilachado, un vaso de agua a medio tomar y diferentes tipos de tabletas
médicas.

Se subió gateando a la cama y sacudió en levedad al que dormía, era su padre, no
quiso levantarse, rutina que se venía repitiendo en bucles hacía más de ocho
meses, balbuceaba que desayune solo. No tuvo más opción que ir a prepararse
repitiendo la rutina de cada mañana con cereales y leche además de su
casualmente panqueques que salían más tostados de la cuenta.

Al abrir el refrigerador cuando fue por la leche, notó una pequeña nota en letras
mayúsculas, haciendo algo de puntitas se ajustó de sus gafas redondeadas de color
azul marino a fin intentar tomarla con sus dedos rodeados de pequeñas curitas.
—«QUERIDO SANTA NO TUBE DÍAS FELICES PERO AUN QUIERO QUE PAPÁ
ARME EL ARBOL CONMIGO, FELIZ NAVIDAD» —leía su comunicado y a su final,
carraspeaba.

Revisó toda la nota amarillenta, doblada en sus puntas y percató que había un mini
árbol navideño al igual que el resto del material, dibujado con un lápiz escolar pero
con la diferencia que este último tenía varios intentos de dibujo y borrado.
El detalle que podía fijarse después de varios meses es que este no tenía estrella,
su ansiado trofeo de navidad, ese que iba afirmado cerca de la chimenea entre el
depósito de paraguas, equipaje de esquiador junto a otros tipos de materiales
punzantes de uso ocasional, no tenía su magnífica esencia representativa.

Sin desayunar y con algo de prisa, tomó de una silla de castaño con detalles de
almohadón esmeralda, lo bastante esponjoso reposó ahí y la colocó afirmada en el
primer placar que encontró al frente de sus narices.

Aunque probará incrementando unos centímetros más cada vez que bajaba alguna
caja de zapato entre el polvo, no podía llegar, intentó más de una vez y aún así,
cada prueba era encontrar adornos de fiestas diferentes, con certeza más de
halloween que hacía tiempo no se festejaba en casa.

No se rindió con facilidad y al bajarse de un brinco hacia esa alfombra que estaba
algo sucia, con algunas manchas de lodo y pelos del último gato que se había
perdido hace un año, arrastró la silla lo suficiente para hacerle un ondulado, la llevó
así hasta un placard de la habitación de su padre.

Con dos cajas de zapatos femeninos desgastados que encontró anteriormente, allí
comenzó de nuevo la travesía luego de apilarlos, estaba trepado como si de un
precipicio estuviera sostenido, buscaba de su estrella pero no había ningún detalle
de la época, tal vez, todo lo que había sido colocado que no era tanto en la casa en
comparación a otras, estaba abajo.

Tantos tambaleos de tanteos de esa superficie con pequeñas pelusas y barnizadas
entre vaya saber que tipo de polvo terrestre, la silla cayó de lado, se quedó como un
gato tendidos de las garras que apretaban del placard, intentó zafar pero sin tener
éxito, cayó hasta hacer un fuerte golpe.
—Afuera, Thomas —el bulto que estaba dormido, giró de su cabeza y desganado
resopló—. No lo diré dos veces, quiero dormir.

Abandonó el lugar en pausa, se afirmó a la puerta en un rechinido que solo él pudo
escuchar. A continuación se calzó de sus zapatos y tomando un abrigo en cada
extremidad, se fue a buscar de un tienda, a medida que iba pasando por el
vecindario todo parecía un parque de diversiones del show arcoiris que diferentes
casas ponían de su espíritu.

Su sonrisa se agiganta sin importar que la bufanda lo abrazase con firmeza, no
importaba las ventiscas que jugueteaban en sus pómulos poniéndose rojizos, el
estaba muy contento y podía ver como los villancicos se turnaban al cantar cada
una de sus canciones a familias ajenas esperando su chocolate caliente.

Cruzó de la avenida que estaba distintiva por una importante caída de nieve que no
paraba de desprenderse desde el rincón más alto de las nubes, los quitanieves no
habían hecho tanto hoy su labor, después de todo era feriado y se suponía que
estaban en su momento.

A su buena suerte, las tiendas aún contaban con servicio de trabajo pero la negativa
es que cuando revisó de sus delgados bolsillos de su abrigo inflado, no había traído
lo suficiente para un adorno que le faltaba.

Sus pequeñas manos que ahora estaban de guantes parecido a una manopla de
horno, frotaban del empañado almacén comercial deseando ver la sección de los
árboles. Sacó un doblado papel y dibujó una estrella para simular colocarla a unos
árboles muy similares a como tenía en su madriguera.

Luego de contemplar un momento largo entre tienda y tienda, sin animarse a entrar,
el viento fue aumentando, asustando para volver a un lugar más seguro. El chico
movía sus piernas lo más que podía, su aliento se evapora en puntitos fragmentos
helados y buscaba contenerlos porque sentía que su cuerpo ardía.

Estando con su cara toda colorada, inflada en cada borde de sus pómulos por el
petrificante aire escarchado, se metió por un mar de árboles. Es el parque todo en
un mar de copos blancos resoplando de un lado para el otro.

Trataba de diferenciar el horizonte para encontrar de un punto cardinal así le diera
su zona donde vivía, no lo distinguía y se detuvo de correr, mirando de un lado para
el otro a punto de llorar.

Las huellas que había dejado en ese trotar, ya se habían tapado y borrado, volvió a
mirar por donde vino corriendo pero tampoco la visibilidad era buena, no podía
distinguir nada.

—P-Pa..pá… —quebradizo sus rodillas se flexionan como si de unos cortes
punzantes se tratasen y cayó a la nieve que se acumulaba—. Quiero mi casa.
Su cuerpo cada minuto que seguía ahí tendido empezaba a congelarse, ya no
temblaba por los principios de hipotermia, sus ojos se fueron cansando a su vez con
sus puños cerrados.

Las pequeñas marcas de la fricción que dejó en la nieve, ya no existía, no estaba
presente de tal fuerza. Y cuando menos lo esperaba, entró en un sueño, uno que no
pudo sentirlo, solo quedó tendido, en un total sepulcro pálido.

—Arriba, corazón —sus orejas se abrazaban a una cálida voz que parecía
conocer—. Arriba, mi corazón.

No teniendo el sostén suficiente para emerger, empezó a entreabrir los ojos con una
visión nublada y que todo se retorcía a su alrededor como si de otra tormenta se
tratase. Vio a su frente una escultura, ésta parecía ser de porcelana, toda su piel era
delicada, no tan distinta al ser rodeado por el alba.

Su voz era angelical y sus cabellos con forma de ondas gualdas, se suspendían a
los lados cuando sus ojos de cielo tabulando de aquí a allá lo quiere reincorporar.
Lo fue levantando, el chico no está cubierto de nieve, más bien en una gran
superficie que parecía relucir con un tono de albo brilloso.

A donde él mirase, todo y a la vez nada tenía forma, no había objetos, cielo, ni
terreno que pisar. Todo parecía ser lo mismo, encandilaba si lo mirase fijamente y
ahí ante sus gafas, alguien le extendía los brazos.

—Soy yo, corazón —La muchacha se inclina como si fuese un condecorado
miembro de la realeza lo que tenía delante—. Tu mamá está aquí.
Su tono tan endulzante fue elevando y puso de pie al bajito y así lo rodeó lo
suficiente hasta frotar su espalda que ya no permanecía con esa baja temperatura.
Dibuja con las yemas suaves en esa pequeña campera inflada, obsequia un corto
beso en su frente ahí donde más salía su peinado.

—M-Mamá…yo siempre… —Sollozando de la emoción su rostro era hundido en el
vestido claro de la contraria—. quería verte de nuevo.
—Eso lo sé muy bien corazón y créeme que no deje en ningún momento de verte
—Acaricia la cabeza del pequeño con tal forma que le fue quitando del gorro lanoso
que traía, ella siempre estuvo viéndolo a la distancia—. al igual que tu padre.

El niño aún con sus ojitos de cristal, se fue secando de estos en el hombro y parte
del rostro ajeno para verla con detenimiento teniendo el pesar de que fuera un
sueño. Su mano izquierda se alzó para tocarla, la diferencia que cada tanto la
madre titilaba similar a una lamparilla de juego con destellos pausados por todo su
contorno.

—¿Por qué brillas, Mamá?… —Con temor se lo pregunta, sus ojitos curiosos veía
de ese ángel para seguir con esos cabellos de forma airosa.

Ella aún teniéndolo en brazos como si fuese un pequeño peluche que debía cuidar
antes de dormir, empezó a caminar por el vasto espacio, aún tocándolo con la
misma sutileza de la primera vez.

—Tu madre brilla porque ya no está en este mundo —En entrecortados pasos que
fueron dando en círculos queriéndolo hacer dormir enredo hasta perder de sus
manos en los cabellos de su hijo—. es una manera de cuidarte, cielo. A ti y a tu
padre.

Boquiabierto no perdía en ningún momento de su danza, no parecía haber un
intermedio que lo hiciera parpadear, todo era para contemplar lo que ella decía. Su
corazón palpita con un fulgor que podría derretir el mar de nieve que ha estado
azotando la ciudad en estas semanas.

Al cabo de unos segundos, ella se detuvo de estar girando para ir bajándolo y tomó
de las dos manos lastimadas envueltas en sus vendas adhesivas sanitarias. Las
acariciaba hasta sostenerlas y un brillo se sumergió en una ligera rafaga de luz,
cerró sus ojos por miedo, las manos que una vez estuvieron lastimadas de
travesuras sanaron sin tener ningún rasguño.

—Quedaron como nuevas, así deben estar siempre —Se reía la rubia y nuevamente
se acercó para dejar un tierno beso esquimal en la frente revoltosa de su retoño y
abrió de las palmas sostenidas—. Puedes abrirlos, hay algo para ti.

Tom hizo caso después de ya no sentir dolor en sus delicados dedos, algo pesaba
en esas manos abiertas que aún estaban sostenidas, sentía una calidez que no
podía distinguir a lo que produce la chimenea cuando está cubierta de leña.

En forma de intervalos de destellos, picudo y con partículas que eran similares a los
copos que antes tuvo que soportar, tenía eso sostenido. Se lo dio su madre, ¿Como
era esto posible? recordó que estaba corriendo con el dibujo y ahora había
desaparecido de tanto tenerlo.

—Antes de irme, me olvidé de dársela a tu padre, perdóname —Ella se fue
apartando muy tenue de ese resplandor que se emite en ambos—. Ahora podrás
colocar la estrella donde merece, corazón.

Un ligero escalofrío de sensaciones pasaron por el pequeño cuerpo del ahora dueño
de ese regalo. Sin poder poco entender, lo enterró en su pecho y hasta abrazarlo,
pequeñas gotas del rocío cálido caían desde arriba hasta cubrir de la estrella
brillante.

—Y-Yo lo siento, m-mamá… —Su nariz congestionada no dejaba pronunciar mejor
de sus palabras, se le entrecorta la voz—. prometo que no lo haré más, no lo haré
más.

Este se fue acurrucando en el suelo, hacía una reverencia de grata disculpa y no
soltó lo brindado, lloraba desconsolado, al igual que esas aventuras que tanto le
hacían reír fuesen para tapar todo el dolor que se vivía en ese hogar.

Continuó llorando cuando una mano nuevamente frotó de sus cabellos, aún su
rostro inundado no podía contenerse y la figura maternal lo contuvo con un corto
abrazo cuando está más empezó a emitir un esplendor que los cubría.

«Yo siempre estaré con ustedes, la próxima las miraremos juntos» esa voz
retumbaba en su cabeza, yendo de un rincón para el otro, de oreja a oreja y más
sus lágrimas se iban dispersando con el bramido que produce esa rebosante
claridad.

—¡N-No te vayas!…quédate conmigo y papá, con p-papá —Su garganta ya no tenía
el suficiente poder para poder gritarlo más, el gélido aire se apodera hasta apretarlo.
Tras intentar ver más allá de esa potente luminosidad que empezó a parpadear
hasta tener un punto de origen en el límite del lugar. Ese punto ardiente, se movía y
cada vez, se acercaba más a donde estaba tendido el arrapiezo. Su respiración era
pausada, arrastrándose alarga el brazo izquierdo hasta que sus dedos quisieran
agarrar ese foco.

«¡Thomas!, ¿Puedes escucharme, hijo?» un conjunto de palabras tabula en su
cráneo, va de un lado para el otro intentando visibilizar que lo estaba llamando por
su nombre, ahí a su frente tenía a alguien parado pero no podía distinguir por su
ausencia de calor.

En un chasquido, algo lo cubrió, era muy grande en el bramido de las ventiscas.
Sintió que su delicado y enterrado cuerpo, era cargado escuchó unos pasos que se
arrastraban en una especie de terreno complicado.
«Escúchame, hijo» nuevamente esas palabras que tenía un tono metálico
deambulaban en su interior, unas palmaditas golpeaban su rostro y hacía vibrar de
los anteojos oscuros hasta sacarlos un poco de lugar. Eso lo envolvió en los brazos
y su visión empezó a retonarse, poco a poco veía de nuevo a color.

Una persona mayor, de barba sin cuidado, ojos no tan grandes y melena desaliñada
intercambiaba la mirada teniendo encima. Tomó de sus mejillas, apegó frente con
frente y sollozaba su nombre repetidas veces.
—¡E-Estás vivo, hijo mío!…pensé que te iba a perder —Su aliento no tenía la
frecuencia suficiente y sonaba rasgado—. Papá está aquí, no te deja solo.

Su padre lo tenía cubierto con su abrigo marroneado con restos de escarcha y así
fue pasando entre sus brazos por todo el centro de la ciudad, la mejilla del mayor en
un breve intervalo, media la temperatura de su adorado para percatarse de que no
descienda más.

—Ya estamos llegando a casa, te haré tu chocolate preferido —Conjugado de
efervescencia y ansiedad, papá relamía los labios .

Se desesperó para abrir la puerta encontrando la llave en el bolsillo izquierdo del
tapado y cuando esta se abrió, ambos cayeron al suelo para abrazarse por todo lo
ocurrido, la cabeza del pequeño era frotada en más de una ocasión.

—¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué te fuiste de esa manera? —Sus ojos cristalizados
derraman lágrimas y se deslizan por su barba ondulada sin afeitar.
—E-El árbol…no… —la garganta de Thomas se quiebra al tener a su padre de esa
manera—. no tenía nuestra estrella, papi.

Por culpa de haber puesto su vida en un peligro mortal y estando a segundos de
haber quedado muerto, sus ojos se inundaron para compartir un ligero llanto. Su
nariz toda congestionada desprendía hilos de mucosidad, cuando un gritó rasgador
se apodera de todo su ser.

—P-Perdoname, papi…perdóname —lo niega, repitiendo ese gesto con la cabeza.
es nuestra estrella, papi.

Thomas sostenía con su manita más hábil un objeto que emite su propia luz, tenía
su brillo y fue haciendo un eco tan suficiente para que el padre se fijase en él. El
menor había obtenido lo que faltaba en ese hogar. Lo que tanto anhelaba aquel
mastil felpudo de color verdoso que yacía arriba de un mueble llano.

—Pero…¿De donde sacaste esto, Tommy? —el padre contempla la magia de ese
objeto—. No hay ahorros incluso en los reyes magos.
—M-Mami…mami —Emocionado suspira con algo de morado en sus labios.

Ese rostro arrugado, golpeado por el mismo pesar desde hace unos meses, se fue
rejuveneciendo al terminar de escuchar lo reciente. Ese corazón destrozado, donde
una vez toda agonía sin tener consuelo se apoderó, volvía a latir.
Vió de esa maravillosa estela que se hacía dueña del living hogareño, jamás en su
vida había cruzado esa sensación de enorme alegría más cuando estuvo alguna vez
acompañado por su prometida.


Lo poco alumbrado, se fue tiñendo de felicidad y las luces navideñas que estaban
sin funcionar, en una centella, bailaron de aquí a allá. Thomas recobró su color de
piel y su aspecto moribundo pasó a estar más vivo que nunca.


—Prometo que…las miraremos juntos —diminutas gotas en esos faroles café
partidos fueron quedando—. Cada noche miraremos esas estrellas, las tuyas y las
de tu madre.


El padre abrazó a su hijo, se fue reduciendo incluso quedar en la imagen que la
familia siempre quiso, el estar juntos más en un día como este. A lo lejos, ahí en la
diversa nubosidad desde el cristal de ese ventanal nocturno, un lejano punto
luminiscencio cuidaba en silencio.

 

 


 

 

Las miraremos juntos
Autor: E.E  Ilustración: E.E



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